23.9.04

Sueño con la capa de Mitral

Anoche tuve un sueño extraño. Una especie de confrontación con mi yo oculto, el que viene siguiéndome los pasos desde niña. No el que viene después de mí {que corresponde más bien a mi futuro}, sino el que viene dentro de mí. Pero era otra persona en mi sueño, alguien muy cercano y querido, pero quizá débil, digna de toda protección, vulnerable y frágil. Una persona con una necesidad enorme de un abrazo... Su llanto siempre a flor de piel. Alguien había que le odiaba enormemente, porque a manera de presente le regaló una capa de Mitral. Solo los iniciados podían saber lo que ese regalo quería decir, pero el solo hecho de usar la capa una vez le producía a su portador horribles visiones. A partir de entonces era atormentado por fantasmas y monstruos salidos de sabe Dios cuál inframundo, sumiéndolo en pesadillas insoportables. El estado empeoraba hasta llegar a enloquecer a la persona, si no se hacía algo a tiempo.

Algunos naguales mayas creen que el origen de las enfermedades está en una especie de error, un desorden en el dibujo que cada persona tiene de su cuerpo. Una manera de curarlas es que el chamán ingrese en un estado que le permita recorrer el dibujo del enfermo y rehacer las partes dañadas. Pero ciertas enfermedades producen un desorden tal en ese dibujo de luz, que incluso para un chamán es imposible recomponerlo. Tal descomposición era la que generaba la capa de Mitral de mi sueño, la que en un arranque de ingenuidad había usado ese yo interno.

En el sueño yo misma era alguien al margen, involucrada por la fuerza de la cercanía, pero enterada tal vez demasiado tarde de la situación de ese otro yo asustado e indefenso, que ya hacía algún tiempo se debatía entre la realidad y la locura, y que le escribió una desesperada nota de auxilio a C, sin obtener una respuesta inmediata. C representa en el sueño cierto círculo de lo sagrado, lo curativo; la sabiduría que busco pero todavía no tengo. Por alguna razón ella estaba de viaje y recibió tarde mi mensaje. Sin embargo, fue la única que supo exactamente lo que había que hacer.

Al enterarse fue a buscarme (no a mí, sino a esa fragilidad representada con mi yo físico). Y ese yo ajeno se abandonó a llorar en su pecho, exhalando su último reducto de aliento, como si en aquella mirada encontrara representadas todas sus esperanzas de salvación. Creo que me sería difícil recordar en mi vigilia un abrazo tan reparador y tan ansiado, tan visceralmente necesario, tan táctil. La sola presencia de C era un alivio, una descarga absoluta, una soga fuera del pantano.

Esta escena la describo aquí en primera persona, pero en el sueño yo no formaba parte de ella más que como espectadora, como alguien que observa todo de afuera, completamente ajena a la personificación de la situación: ignoraba que era un otro mío el que estaba en problemas. Me despreocupaba como quien mira de afuera, como el que dice: "Te comprendo, pero no es mi problema". Ahora en la vigilia me sorprendo de mi actitud, ahora que sé de quién se trataba. Se me figura que el sueño me estaba mostrando una parte de mí que normalmente oculto, o niego, o incluso desconozco. Pero no era una desconocida en el sueño: sabía que era ella, identificaba sus ojos asustados, su pelo lacio, su estatura mínima.

C supo de inmediato que había que actuar rápido. De inmediato preparó la ceremonia y de inmediato convocó a un grupo de amigos (alrededor de una docena), que participarían en la curación. Todos eran personas conocidas, todos amigos, al menos en un sentido en que estaban de mi lado, de que sentían por mí algún aprecio o al menos compasión: no los podría pensar nunca como enemigos. Estoy segura de que ninguno de ellos me regaló la capa de Mitral. No supe de dónde salieron ni cómo C pudo convocarlos tan rápido, pero todos estaban dispuestos a ayudar.

La ceremonia no era sencilla. Tal vez lo parezca aquí, descrita a distancia, pero la energía que hacía falta para realizarla era enorme. Esto y la necesidad de establecer una conexión recíproca y tremendamente fuerte con otra persona del grupo. El objetivo era luchar contra la entidad a la que se había convocado por medio de la capa de Mitral, y vencerla en una batalla frente a frente. Pero esto no lo podía lograr una sola persona, demasiado débil y vulnerable para una confrontación de esta naturaleza, de ahí la necesidad del grupo. Aunque no tan sencillo: el grupo no se enfrentaba completo a esta batalla, sólo podía hacerlo por parejas.

C nos explicó que en la pareja formada, uno de los dos sería la fuerza de la lucha, pero para poder luchar debía empeñarlo todo en ello. El gran riesgo que se estaba corriendo era la locura, ya que de mirar al enemigo a los ojos uno podía llegar a perder su alma, y arrastrar así a los demás, sin contar la pérdida de quien pretendíamos salvar. De modo que el guerrero tenía que luchar -necesariamente- con los ojos cerrados. Esto impedía que la mirada del enemigo lo venciera y lo enloqueciera. Por supuesto, como no es fácil ganar una pelea sin ver, lo que la pareja debía hacer era mantener sus propios ojos abiertos. Mientras uno de los dos lucha, el otro se convierte en su guía, se convierte virtualmente en sus ojos e impide que el luchador dé pasos en falso, o caiga al abismo, o bajo el peso del pie enemigo. El guía se veía obligado a cargar al guerrero en su espalda, si era preciso, para que pudiera luchar en el sitio correcto. Ahora no entiendo cómo el guía era inmune a la mirada del enemigo, y nadie se preocupó de ello entonces. Tales eran las reglas y estaban dadas. Todos estábamos reunidos en un salón vacío, y no saldríamos de allí hasta haber terminado la batalla, vencedores o vencidos.

No sé qué pasó en ese momento con el pedazo de mí que trató de sobrevivir después del abrazo de C. En ese momento ya no se trataba de un otro, era yo la responsable. El peso total de la lucha dependía de mi pareja y de mí, el resto del grupo acompañaría nuestra ceremonia, lucharía también y moriría, si perdíamos. Ahora lo veo como una manera de establecer alrededor mío un nodo de energía que me permitiera finalizar mi batalla: ellos no tendrían una influencia directa en su resultado. Se trataba entonces de mí y de mi pareja {que era mi pareja cuando soñé este sueño}.

Por alguna razón se estableció que M sería el guerrero y yo su guía. En ese momento era algo obvio, y visto de cierto modo lo es en verdad: el luchador debía utilizar toda su energía, exteriorizar todo, no detenerse a pensar. Su ser entero tenía que embeberse en aniquilar al enemigo. Yo, como sus ojos, me encargaba de la estrategia, del pensar, del movernos a tiempo, al lugar preciso. Yo debía cargarlo en mis hombros, pero en él estaba toda mi esperanza de supervivencia. Ni siquiera C podía hacer nada; una vez nos explicó la ceremonia, tuvo que retirarse, ahora todo dependía de nosotros.

Quisiera ahora, después de poner todo esto por escrito, decir que ganamos. Quisiera haberme despertado con el sabor y el agotamiento de la victoria, y estar segura de que una parte de mí no ha enloquecido por completo. Cuando desperté esta mañana, cerré los ojos nuevamente, me quedé muy quieta, tratando de regresar otra vez a mi sueño, a mi batalla. Quisiera haber conocido el resultado. Pero todo lo que sé es que empezamos a luchar, con la certeza de que una vez iniciada la batalla no podríamos detenernos hasta haberla decidido, a favor o en contra.