20.1.10

Sueño con los policías y los lagartos humanos

Soñé.
     Una pesadilla tal vez, entrar a otro plano, salir del mundo de los vivos.
     [...] Estábamos con mi hermano, quizás con la familia, otra gente, en Buenos Aires. Él me pidió que lo acompañara por una cerveza y tomamos un colectivo que nos llevó muy lejos de donde estábamos. Ya en la ruta me percaté de lo absurdo de la situación, ¿por qué no nos quedamos en un bar cercano?, ¿vamos a gastar más en taxi? Él no dice nada, pero sabe a dónde vamos, quizás se va a encontrar con alguien. La ciudad es grande, y hemos salido sin un mapa o una guía T {de las que usan en Buenos Aires para saber la ruta de los colectivos}.
     Llegamos a un bar, mucha gente, algunos simpáticos, otros no tanto. Está mi prima. Una mesa para todos. Cerveza. Me saluda un conocido del que no me acuerdo, de la universidad, alguien de diseño gráfico. Me conversa hasta que los demás se aburren y se van, me lo zafo. La mesa está llena de las cosas de todos. Me atiborro con lo mío y lo de mi hermano, y decido salir a buscarlos. El bar es grande, tiene varios niveles. Todavía adentro, se me cae una pipa de tagua que llevaba en la mano, ya no puedo volver a encontrarla. Me ofrecen cerveza, pero tengo las manos ocupadas y prefiero buscarlos. Salgo.
     En la entrada, tras la reja, quizás en un estado menos onírico que en el que estoy, veo a Andrés. Me ve, lo veo, pero hay algo {no sé} que no nos deja acercarnos. Debo dar un largo rodeo para acercarme y luego ya no lo veo más. ¿Se devolvió?, ¿entró? Sigo afuera, hay otras mujeres en mi situación. Llegan policías, empiezan a poner bardas de metal, parece que no podré entrar de nuevo. Afuera es de noche y estamos junto a la autopista. Le pregunto a la chica a mi lado qué hacen ellos {los policías}. «Encerrarlos a todos. Nadie va a poder salir, y luego...». Nunca completa la frase. Pienso en mi hermano, mi prima y los demás. ¿Quedaron adentro? ¿Y Andrés? ¿Entraría a buscarme? Los policías terminan, ya no podremos entrar. Sigo cargada de cosas, pero ya no sé para qué; las tiro en un montón. Ropa, maletines, algunos libros, mi chaqueta. Los que están afuera conmigo empiezan a irse. Se diría que huyen. Hacen parar los carros y se meten en ellos, en los camiones, en los baúles.
     Hay otra chica, bonita, que va a mi lado. Me gusta. Perdemos el primer transporte: cuando cruzamos la avenida un auto se acerca, a toda velocidad. Yo estoy detrás de ella, la abrazo por la cintura mientras el carro, blanco, acelera hacia nosotras. Me asusto, seguramente ella también. No debería interponerla entre el carro y yo, pero no puedo hacer más. Sé que en el último momento habría tenido que empujarla {empujarnos} hacia un lado, pero estoy paralizada; nos quedamos quietas, cerramos los ojos. El carro pasa, a través de nosotras, y todo sigue igual. Quizás ya estamos muertas, ¿para qué buscar más la huida? Volvemos a la berma. Unos niños se acercan corriendo y gritando hacia nosotras. Parecen vernos, ¿estamos vivas? Mi compañera se aleja, sola, nunca me habló. Tampoco encuentra lugar en otro maletero que se llena, y sigue caminando. Yo dudo, mis cosas sisguen tiradas por ahí. Debería volver por el libro, por un libro, por mi chaqueta. No voy, finalmente, pero ella ya se ha adelantado, la pierdo.
   Hay una amenaza, de todos modos, nos persiguen. ¿Qué? No sabría decirlo, zombis, o demonios. Más grandes y más fuertes que nosotras, de piel húmeda y lustrosa. Uno me alcanza por detrás, lame horriblemente mi espalda. Tengo la sensación de que un lagarto humano prueba mi piel. No me atrapa, sigo caminando. El resto es confuso, borroso... me quedé huyendo sola, en la calle desierta, de noche, con esos hombres lagarto detrás de mí [...].