28.2.10

Sueño con el Diablo y los múltiples despertares

Soñé con el diablo y el infierno.
     [...] Yo estaba con dos hombres y una mujer, jóvenes. Ella casi siempre iba callada y no tomaba mucho partido, pero yo sentía mucho su presencia con nosotros. Uno de los hombres llegaba muy exaltado a contarme lo que habían visto ellos dos en el infierno. Estuvieron allí, casi de paseo. Me reconstruyó la escena. Me mostró una piel {bastante burda, la verdad, casi un pedazo de peluche blanco y grueso, de mala calidad}, que tenía forma triangular. Era como su «botín de guerra» del infierno. Me llevaron a hacer el mismo recorrido que hicieron ellos. Su ánimo era conquistador: querían tomarse el lugar, dejar en él su huella, aprender. Estaban exultantes y me mostraban y contaban todo con ansia.
     De pronto estábamos con un grupo de unas quince personas, visitando algo que era como el Ártico en el infierno: un lugar formado por agua congelada, con grandes valles y formaciones geológicas {no sé cómo más llamarlas}, de una belleza indescriptible. Todo era muy plano, pero con muchos detalles de color y pequeñas luces desparramadas por el suelo, como un fractal; rigurosamente plano, sin árboles, ni montañas.
     El lugar era frío y cúbico, daba la sensación de una estación del subte de Buenos Aires, aunque se extendía en la lejanía. Todos estaban enamorados del sitio y querían vivir allí. A mí me pareció bonito al principio, aunque no estaba segura de querer vivir allí. No parecía natural, era... demasiado humano.
     Luego estamos de nuevo sin el grupo {fue casi un flash back participativo-inmersivo, y todas las escenas eran así: como si me contaran algo pasado que al mismo tiempo estábamos viviendo}. Los dos chicos están ansiosos por mostrarme todo y contarme lo que han vivido y aprendido {cosas bastante increíbles y contradictorias, para ser el infierno}. Los encuentros que han tenido con el diablo han sido temibles, y ellos siempre parecen salir huyendo por un pelo. Sin embargo, lo tientan todo el tiempo para que aparezca, gritando fuerte y dañando cosas. Siempre estamos atravesando pasillos y túneles que me recuerdan lejanamente las estaciones del subte.
     Recuerdo vagamente una escena aventurosa en la que yo también gano un triángulo de la misma piel. No sé cómo, pero es un recuerdo vivificante, algo que hice bien. Recuerdo que es triangular porque la arranqué de alguna parte y al romperse quedó de esa forma.
     En un punto, estoy con los dos chicos en algo como un suburbio de una gran ciudad gringa. Es de noche y no se ve gente, solo los carros, las casas, y los antejardines vacíos. Uno de los chicos, el más vivaz y enérgico, empieza a destruirlo todo, de buenas a primeras. Tira carros lejos, arrasa casas. Lo miramos sorprendidos, ¿qué hace? «Un lugar para podernos fumar un cigarrillo», contesta, dirigiéndose a su amigo. «Conociéndote, harás todo metódicamente y dejarás todo tan limpio que no tendremos dónde».
     Yo temo que el estropicio enoje al diablo, que nos sigue de lejos. Al principio solo siento que nos sigue, pero no lo veo. Los chicos huyen {aunque no sé bien de qué}; todos corremos y nos metemos en un ascensor. Uno de ellos apenas tiene tiempo el tiempo justo para presionar el botón {que queda en la pared fuera del ascensor} y que se cierre la puerta. El ascensor baja y escuchamos la voz del diablo {es una voz gruesa y poderosa} diciéndonos que presionamos el botón de campana {¿alarma?}, en vez del de piso {¡qué tontos nos sentimos!} y que si hemos puesto a la chica en cierta zona del ascensor {¿quizás para protegerla?}. No lo hicimos. Por esto, el diablo puede venir por nosotros.
     Entonces se abre la puerta y aparece él. No recuerdo bien su figura, quizás parece un sátiro, quizás tiene algo de pelo en el cuerpo. Es de color rojo, en todo caso. Quizás su cola larga termina en punta. Quizás tiene barba negra y pequeños cachos. La imagen es borrosa, pero el personaje es imponente e infunde miedo. Es el diablo. Se ve muy poderoso y seguro de sí mismo. Agarra a uno de mis amigos y lo hala hacia afuera. Quiere llevárselo, sacarlo del ascensor. Todos gritamos de terror, casi paralizados. En un acto reflejo {no necesariamente de valentía}, levanto mi pierna izquierda y la pongo sobre el pecho del diablo, repeliéndolo con fuerza, mientras halo a mi amigo de un brazo hacia el ascensor. «¡No!», grito, y lo repito un par de veces, enérgica: «¡No, no!». El diablo me mira sorprendido un momento. Pero luego suelta a mi amigo, y dice algo irónico sobre lo insólito de la situación {una chica rechazando al diablo de esa manera} y finaliza diciendo: «Rumores del infierno...», o algo así, y se aleja voluntariamente, casi manso. Sigue siendo imponente {es el diablo}, pero es sólo un personaje más.
     Parece que he dado en el clavo, como si hubiera descubierto un hechizo que el diablo debe obedecer por convenciones del lugar. Pero no me percato bien del hecho y todos simplemente respiramos aliviados y felices de habernos salvado por los pelos. Tendremos otro encuentro con el diablo más adelante, esta vez en un pasillo. No lo recuerdo tan claramente, pero se repite una situación parecida; y yo termino rechazándolo de nuevo con un «¡No!» enérgico, en parte todavía por reflejo, y en parte porque funcionó la primera vez. El diablo me mira de nuevo y la escena se repite: «Rumores del infierno...», y se aleja.
     Solo entonces me percato de que la primera vez no fue casualidad y que, en realidad, un rechazo enérgico y convencido siempre alejará al diablo. Son las reglas del lugar. Me sorprende no haberme dado cuenta la primera vez. Mis compañeros, sin embargo, no parecen haberlo entendido todavía y lo celebran como otra «salvada por los pelos». No sé cómo explicárselo [...].

***

Después de este sueño me dormí de nuevo... Y soñé que estaba despierta.
     Llegaba a casa anoche, tarde, después de la conferencia {a la que asistí en la vigilia}. Era mi casa {otra}, pero mis papás vivían también allí. Me estaban esperando y hablaban con Carlos José, que había llegado más temprano y también me esperaba. Había un televisor en el comedor. Carlos me preguntaba: «¿Hay algún viaje?» {parecía que ese era el motivo de su visita}. Andrés estaba en Buenos Aires, pero Carlos ya sabía eso. Yo no tenía otro viaje programado y se lo dije. Y medio en chanza le dije: «Pero anoche soñé que iba al infierno...», y le contaba apartes de mi sueño.
     Mamá le había servido una cerveza Heineken. Miré la botella verde, sorprendida: «¿hay cerveza?». «¡Claro!», dijo ella, «tú ya sabías». En la cocina había un barril lleno {sí, yo ya sabía}. Quise servirme pero tumbé un objeto {¿el barril?}, y era mucho más pequeño de lo que me había parecido. Todo esto debía alertarme de que soñaba, pero yo pensaba que estaba despierta.
     Carlos buscó entre sus cosas una película y la puso en el televisor. Al principio no encontraba la escena que quería mostrarme. La película era Jóvenes brujas, semianimada en 3D con actores reales, y nos puso una escena que tenía cosas similares a mi sueño: los espacios, un trozo de piel blanca... Le comenté sobre las semejanzas de la película con mi sueño. La habitación se llenó de más gente, que también veían la película, pero se distraían hablando, comiendo y comprando joyas de plata que vendía una de las que estaba allí. Con Carlos José nos pusimos de pie, para tratar de ver la película en medio del bullicio, concentrados en la pantalla.
     Luego me encuentro en otro lugar, estoy en algo como una oficina {esos módulos oficinescos con varios compartimientos, alfombrados y con luz de neón}. Camino detrás de alguien y me percato, no recuerdo cómo, de que estoy soñando. «Entonces puedo hacer lo que quiera», pienso, e inmediatamente trato de abrir un hueco en el techo para subir volando por ahí, atravesándolo. Pero cuando miro hacia arriba no parece tan fácil y no lo logro. «Debo intentar primero algo más fácil», pienso, pero no sé qué.
     El sueño se desvanece y despierto en mi cama, o algo así. Abro los ojos y es de día, pero sigo teniendo imágenes oníricas cuando los cierro. «Es raro seguir soñando si ya me desperté», pienso. Tomo impulso y me siento en la cama a escribir mi sueño {como siempre acotumbro}, y de pronto es de noche otra vez. Miro la habitación y hay un muñeco {¿un móvil?} colgado frente a la puerta. No recuerdo tener nada colgado ahí y me asusto. Me levanto de la cama a tocarlo {¿comprobar que está ahí?}, y veo que junto a la ventana también está colgada una serpiente de trapo. «Entonces debo estar soñando todavía, por eso es de noche otra vez». Esto me produce una sensación de fastidio e impotencia. Yo estaba segura de haber despertado, ¿cómo me despierto ahora?, ¿cómo sabré que sí he despertado?. Camino, entre enojada y angustiada [...].

No sé qué más sucede en el sueño pero por fin despierto del todo. Lo compruebo porque es de día y veo claramente las arrugas de las cobijas {en los sueños no suelo distinguir los detalles}. Y, ahora sí, escribo mi sueño y me tranquilizo, pues en los sueños tampoco puedo escribir. Creo que de algún modo escribo para asegurarme de que estoy despierta.

2.2.10

Sueño con un círculo de lectura

Soñé.
    [...] Stella, la universidad, decisiones. Estábamos en un círculo de lectura. No; yo estaba deprimida y triste y Stella lo veía y nos llevaba a un círculo de lectura en uno de los pueblos de la sabana de Bogotá {estoy con Andrés}. No conozco a nadie. Leen, no estoy poniendo mucha atención. Creo que mi mirada de cruza con la de un muchacho que hay en otra mesa, o me llama la atención. Voy al baño o me ausento unos minutos.
     Cuando vuelvo, el muchacho y su amigo están en el círculo de lectura con los demás. El lee algo personal, hay una frase sobre dejarlo todo y que ya no importe, sobre abandonar una actividad que ya no te satisface. No escucho mucho más y me quedo pensando en la frase, algo se ilumina en mi interior.
     Ese mismo lugar en el que leemos es también una posada donde estoy pagando una mensualidad adelantada por la estadía. La dueña me habla y me dice que ya se cumple el mes y que debo pagar el siguiente. Yo lo había olvidado y ahora es una señal: no me quiero quedar. No quiero seguir en la universidad. No sé qué estoy estudiando, pero ya tengo un título de pregrado y de posgrado, ¿por qué sigo aquí? Le digo a la señora que estoy decidiendo al respecto y que le avisaré mañana. Pero la idea va cristalizando en mi interior, abandonar. me produce ilusión [...].