28.7.10

Sueño con la cabaña rodante {soñado en la Amazonía}

Soñé.

Ahora es un recuerdo borroso, pero cuando lo tuve era tan vívido que deliberadamente no lo escribí en medio de la noche porque estaba segura de que lo recordaría. El resto de la noche seguí soñando, contándole al resto de mis sueños lo que había soñado durante la primera parte de la noche. Se lo conté a mamá, en otro sueño, y era una historia tan larga que hicimos un montón de cosas mientras yo le contaba este sueño...

Ahora todo lo que recuerdo es que yo estaba en la cabaña Asaí, esta cabaña en la que me estoy quedando. Dormía. Tenía un hijo pequeño conmigo. De pronto, me sentí amenazada. Pensé que había entrado alguien a la cabaña. Pero al mirar comprobé que estaba sola. Como anoche llovió toda la noche, el sonido de la lluvia me acompañó todo el rato, una lluvia suave, deslizándose entre las hojas. En medio del sueño, sonaba como el sonido de una carreta, desplazándose lentamente por un camino de tierra. Miré por la ventana. El paisaje se movía. La cabaña era la carreta. Tenía un par de ruedas enormes, de madera, casi tan altas como la casa. Alguien nos estaba arrastrando por el campo, sin que nos diéramos cuenta. No sabía a dónde nos llevaban. Me asusté por mí y por mi hijo. Lo último que ví afuera, reconocible, fue un computador portátil sobre una mesita, puesto al lado del camino. Cuando lo ví, pensé que era nuestra última oportunidad para encontrar el camino, antes de que nos perdiéramos en la mitad de la nada. Más allá solo había vegetación. En el computador habría alguna información de dónde estábamos... después, ya no sabría cómo volver a casa. Pensé fugazmente en salir de la cabaña con mi hijo, a escondidas, pero algo {no sé qué} me impedía llevarlo a cabo y ni siquiera lo intenté. Desperté de este sueño, primero con miedo {era una pesadilla} y luego con mucho alivio de comprobar que mi cabaña seguía en su lugar.

Ya no recuerdo mucho más de este sueño, y me sorprende lo corto que es, pues a mamá se lo contaba largamente a través de varios episodios. En uno estábamos en una iglesia, asistiendo a misa, con un cura grande y canoso, parecido a Ratzinger. Era una ceremonia católica, y el sacerdote nos daba cruces de falso metal para colgarnos en el cuello. Todos las recibían agradecidos, pero yo miraba al cura con desconfianza. Él lo notó, pero a pesar de eso me entregó la cruz. La recibí porque no podía hacer otra cosa, pero no me la puse.

También recuerdo que estuve con Mariana y con Cintya, a ellas también les contaba mi sueño. Íbamos hacia una fiesta, o algo así, Mariana vestida de punketa, como siempre, con mallas diferentes en cada pierna y chaqueta de jean.

Luego estaba caminando por la calle 32 cerca del parque Renacimiento, hacia la calle 26. Iba sola. De vez en cuando volaba por trechos, lentamente, como a tres metros del suelo, dirigiendo mi dirección con los pies. La gente me miraba extrañada. Yo no sabía bien cómo lo hacía, parecía un simple asunto de voluntad, como caminar. No era tan fácil y a veces me iba contra los edificios o los carros, pero de alguna manera que no comprendía lograba detenerme en el último momento para no estrellarme con nada.

En cierto punto, adelante de mí, como a diez pasos, iba un hombre con su hija y un amigo, en una caminata dominguera. Creo que la niña iba en patines. Ellos jugaban juntos y el amigo solamente los acompañaba. Cuando se fijó en mí retrasó la marcha y vino a decirme porquerías mientras me cogía la mano. La tenía áspera y asquerosa, y se lo dije. Me miró burlón. "¿En serio?", dijo, mientras sonreía, "como nunca me la miro...". Me retrasé de nuevo para perderlos, pero el hombre seguía acechándome. Cruzamos la 26 por una cebra, traté de detener mi marcha, pero él también lo hacía. Cuando ví que iban a seguir derecho para meterse en el barrio Panamericano, yo giré hacia el occidente, bajando frente al cementerio hebreo. Aceleré el paso y al fin los perdí del todo.

Había un trancón tremendo de los carros que subían por la 26. En medio del tránsito detenido ví a un hombre que jugaba ping-pong con su hijo adolescente. Corría en medio de los carros para encontrar la pequeña pelota que había rodado demasiado lejos. Me pareció muy peligroso, pero ellos parecían disfrutarlo. Al fin la encontró {admirablemente, pues una pelota de ping-pong es muy pequeña para buscar en medio de un trancón}. Se la devolvió a su hijo y siguieron jugando.

Seguí caminando y llegué al apartamento de Usatama. Estábamos solos con mi hermano, haciendo una sopa. Miré por el ojo mágico de la puerta de entrada y ví a Hercilia que estaba afuera, limpiando la pared. Era una de las aseadoras. Sentí pena por ella, que estuviera allí trabajando para nosotros, después de ser tan amiga de la familia. Mi hermano abrió la puerta por alguna otra razón y la vió. Solo hasta ese momento la hice pasar. Le ofrecí sopa. Tenía hambre y frío. Entramos a buscarle una chaqueta entre la ropa de mamá. Ella quería una cobija en vez de ropa, y le di la ruana gris que estaba guardada en el closet de papá {...}.

Ahora despierto, ya de madrugada, y siento que olvidé la mayor parte de mi primer sueño. La parte que recuerdo, sin embargo, era la más importante, la que me hizo sentir que había sido una pesadilla.

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