26.7.10

Sueño con el Coliseo, los dragones de piedra y la gitana {soñado en la Amazonía}

Soñé que estaba despierta y que me daba cuenta de que soñaba y luego soñé que escribía mi sueño. ¡Escribí en mi sueño!

{...} Veo una gran construcción circular. Unos obreros trabajan en una gran obra de cemento, como un estadio. ¿Qué es? Entonces tengo una visión. Hace muchos siglos hubo una construcción así. Enorme, circular, que fue arrasada por el fuego durante varios días. La veo resplandecer en medio de la noche. Recuerdo a Roma, a Nerón, y comprendo que es el Coliseo Romano, aunque nadie me lo dice y en la visión sólo distingo el incendio enorme y lejano, más allá de otras construcciones, en medio de una ciudad. Ahora, los obreros construyen una réplica del Coliseo, en cemento gris, feo y moderno. Y razono: ¿pero por qué harían eso? Terminará incendiándose. ¿Quién querría entrar ahí? Sería como nombrar Titanic a un barco nuevo. Como subirse en él. No tiene sentido.

{...} Luego había una gitana, casi una niña, con la que ya antes había soñado, o eso pensaba en mi sueño. Yo estaba en un edificio abandonado, como una gran bodega. Pero en el segundo piso había una reunión. Entraba para buscar un baño. Como ya había estado ahí antes, sabía que debía caminar hasta el fondo del parqueadero abandonado y subir unas escaleras.

Entonces me cruzaba con hombres de piedra que caminaban. Tenían cabezas como tótems, como los jeroglíficos indígenas de Centroamérica, con adornos parecidos a la serpiente emplumada, todos tallados en piedra. Ahora que los recuerdo, eran como dragones chinos. Vi pasar a uno, del tamaño de un hombre adulto. Lo miré extrañada. Podría ser un disfraz, una máscara..., pero algo me decía que no lo era. Luego vi a otro, caminando hacia la salida como hizo el primero. Él me miró: su ojo de piedra giró en dirección hacia mí y pensé que si fuera una máscara tendría agujeros en vez de ojos, o un respiradero. Pero no era así. Eran hombres de piedra de verdad. Eran silenciosos y caminaban como los hombres de carne.

Yo seguí más adentro del lugar, hacia unas pequeñas escaleras blancas. Subí por ahí. Antes de llegar al segundo piso, en el entrepiso de la escalera, o en medio de dos escalones, vi a un bebé-dragón, un ser de piedra también, pequeño, que se agitaba como un bebé de meses. Silencioso. Lo miré sorprendida, quizás lo levanté. ¡Es como un bebé! Sólo que se veía todo gris, de piedra, con la textura de la piedra y una cabeza pequeña de dragón como la de los seres que había visto abajo. Lo habían dejado allí solo, envuelto en unos trapos azules. Me parece que tenía hambre, quizás buscó mi pecho. Estaba vivo, pero con algo raro en él, algo que no dejaba de ser inanimado. Debí dejarlo allí porque seguí caminando sin él.

Luego veía a la gitana. Yo ya la había visto antes. Era joven y hermosa. Casi una niña, no tenía más de catorce años. Una nínfula, quizás; una niña que casi es mujer. Tenía los ojos color aceituna, la piel blanca y el cabello marrón oscuro, aclarado por el sol. Vi que había pasado, en su corta vida, muchísimo tiempo al sol. La piel de las piernas se veía quemada, envejecida por el sol, pero joven.

La niña no me conocía, pero yo la recordaba. Era hermosa, yo estaba embelesada, como enamorada de ella y recordaba haberlo estado antes también, en otros sueños o en otras vidas. Junto a ella comían en el suelo sus dos hijos pequeños. Un niño de 4 o 5 años y una niña de 2 o 3. Comían huevos revueltos, o arroz, en un plato, unas hojas puestas en el suelo. El niño se untaba la cara con comida y luego saltaba, juguetón, escaleras abajo. Era muy ágil. Salvaba obstáculos sin dificultad.

Le pregunté algo a la gitana y me dijo que iba a un lugar {¿el Amazonas?} y que visitaría varias malocas. Me dio sus nombres. Lo tenía perfectamente claro y admiré su independencia: sabía lo que quería y aunque se veía que no planeaba nada más allá de las próximas semanas, podría seguir adelante y se movería como pez en el agua. No necesitaba quién la cuidara o le dijera cómo hacer las cosas, o lo que ella quería o necesitaba. Era casi una niña, pero con la resolución de una anciana. La admiré y quizás la envidié por eso. Yo, en el sueño, me veía a mí misma como en la vigilia, no sentía nada diferente en mí. Hubiera querido saber, como ella, exactamente a dónde dirigirme, a dónde llegar, con quien hablar, cómo moverme.

Sus dos hijos comían en el suelo. Ella no, solo estaba junto a ellos. Yo terminé de bajar la escalera, con la emoción de haberla visto. Sabía que la conocía de antes, que la había soñado antes, a esa misma gitana.

Luego estaba con Andrés. Estábamos en un taller o una oficina, grande y fresca, en un clima cálido. Yo escribía en un cuaderno grande que usaba horizontalmente. Dibujaba apartes de mi sueño: una rosa, otras figuras. ¡Escribía! No suelo escribir en mis sueños.

Él me preguntó lo que hacía. "Escribo mi sueño", le dije y empecé a contarle lo de la gitana y los dragones. Corrí hasta la escalera y le traje el pequeño dragón de piedra, para que me creyera y entendiera que, a pesar de parecer inerte, estaba vivo. Era un ser mitad vivo y mitad inerte, en realidad.

Y otra hija de la gitana, que al principio creí --emocionada-- que era mi gitana, venía a llevárselo y me daba un trozo {sí, del dragón}. Era de galleta, una galleta salada. Y yo lo sabía, que no era del todo vivo, que también era galleta y se podía comer. Le mostré la gitanilla a Andrés. "¡Es ella!", le dije, pero la niña giró la cabeza para mirarnos mientras se alejaba y vi que no, que era más niña que mi gitana, quizás siete años, más gordita y más blanca. Tenía una falda larga color azul claro con flores o dibujos blancos, y una blusa de boleros blanca. Sonreía. Pensé que sería la hija de mi gitana y que ahora le llevaría al bebé. Se alejó corriendo por la calle, una calle de ciudad grande {...}.

Creo que entonces desperté.


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