30.7.10

Sueño del robo de la camioneta {soñado en la Amazonía}

Soñé que nos robaban la camioneta, a mis padres y a mí.

{...} Vamos montados en ella {¿papá maneja? ¿o yo?}, bajando por la calle de la casa de ellos que da a la carrera 30. Hay un parque allí. Es de noche. ¿Parqueamos? Nos bajamos {¿o vamos a subirnos?}. Dos hombres se acercan, sospechosos pero disimulan. Antes de que nos subamos nos agarran, debemos correr para evitarlos. Son indigentes, tienen mal aspecto. Uno es medio travesti. El otro es moreno, lleva gafas oscuras, como de mafioso. Pero son indigentes.

Corremos desesperados en medio de un miedo enorme, normal para la situación. Queremos salvar la camioneta. Aunque van a robárnosla, ellos nos persiguen a nosotros. Su estrategia es dividirnos. Ellos son dos, nosotros somos tres. Yo trato de evitarlo, quedarme junto a papá, pero no lo consigo. Debo correr. Quizás están armados con armas blancas.

De alguna forma los burlamos, por instinto, sin pensarlo. Además estamos separados, no podemos comunicarnos entre sí. Corremos por nosotros y por la camioneta. Yo trato de buscar a mamá o papá mientras corro. Saber si están bien. Veo a papá, tratando de esquivar a uno de los hombres. A mamá no la veo, sigo corriendo, pero trato de hacerlo en círculos en vez de en línea recta. No quiero alejarme de la camioneta, quiero recuperarla. Al fin lo logramos. Volvemos a subirnos, los tres. Qué susto. Lo comentamos entre nosotros. Después del susto viene la indignación, es el colmo, no debería pasar esto.

Lo peor es que por ahí cerca hay uno −o varios− policías, de a pie o con moto. Están parados en una esquina, sólo miran, pero no hacen nada. Se hacen los que no se enteraron, como si no se hubieran dado cuenta, pero tuvieron que haberlo visto. Estaban ahí y la escena del robo era evidente. Todo esto sucedía en medio de la gente que pasaba, en plena calle. ¿Es de día? Nadie hace nada, no recibimos ayuda de nadie, como si no se dieran cuenta.Pero la persecución es evidente. Ellos tienen facha de ladrones y nosotros de gente corriente.

Hay un político, un diplomático que es responsable de estas situaciones. Debería hacer algo, pero de algún modo sabemos que forma parte de la banda de ladrones. Lo vemos, en medio de un trancón, en una camioneta burbuja de las que en la vida real sólo usan los narcotraficantes y los políticos {es curioso que sean los mismos}. El carro del político va junto a nosotros en el trancón. O quizás están parqueados y los vemos al pasar. Tampoco hacen nada, pues el político que está follando con una mujer en la parte de atrás de su camioneta. Se alcanzan a distinguir sus figuras detrás de las ventanas empañadas de vapor. Él sobre ella, totalmente desnudos. Lo hacen en medio del tráfico. No les importa: tienen guardaespaldas y conductores. Nadie puede hacerles nada.

Los vemos y sabemos que son responsables de lo que nos pasó. Es el colmo, estamos indignados. Y los policías no hacen nada, no sirven para nada. Están ahí, con su uniforme verde, ocupándose de asuntos menos importantes. Cualquier cosa menos el robo rampante que se da frente a ellos.

Seguimos en la camioneta, damos la vuelta al barrio y volvemos a bajar por esa misma calle; esta vez hay un trancón, un semáforo en rojo. A diferencia de la primera vez, hay mucho tráfico. Le digo a mamá −o al que maneja− que estacione en un lugar que hay libre, media cuadra más arriba del primer robo. Es una calle comercial y es de noche. Queremos parar para reponernos del susto, descansar. En ese momento yo les estoy diciendo: «¡Nunca más vuelvo a pasar {¿parquear?} por esta calle!». Pero justo después de que lo digo, señalo el lugar de parqueo para que paremos. Caigo en cuenta en el último momento; es la costumbre, porque siempre pasamos y parqueamos por ahí. «¡No, no, espera!», le digo, «...si yo misma acabo de decirlo».

Sí, es la costumbre pero es tarde para arrepentirse: nos van a robar de nuevo, los mismos dos hombres. Mamá ya no puede acelerar para perderlos porque hay trancón {esta vez estamos todos juntos dentro del carro}.Nos roban un limpiaparabrisas: un hombre que pasa frente al carro, caminando disimulado, mirando al frente, dándonos la espalda. Estamos detenidos por el trancón. Él estira el brazo y arranca el parabrisas al pasar. Sigue caminando, ni siquiera corre. Nos indignamos de nuevo, pero no nos bajamos del carro. Es una calle peligrosa, ya lo aprendimos. Es mejor permanecer todos juntos, dentro del carro. Es preferible que nos roben un limpiaparabrisas y no toda la camioneta {además, ¿quién va a defendernos? La gente no haría nada y se ve que no podemos esperar nada de la policía o los políticos. Así pues, sálvese quien pueda}.

Veo al hombre y pienso que se parece a un amigo mío, en el andar despreocupado, el jean usado, las gafas oscuras. Pero no puede ser él. Es distinto, más desgarbado, más alto. Además mi amigo no es un ladrón, no roba. Quizás el hombre se parece, pero no es él. Estos son ladrones callejeros, expertos en su oficio. Saben cómo robar sin ser detenidos.

Entonces les cuento a mis papás que ya antes habían tratado de robarme la camioneta allí, hace un tiempo. Iba yo sola por esa misma calle. No les había contado a ellos para no preocuparlos y porque finalmente no me habían robado nada {iba a escribir que no había pasado nada, pero sí había pasado: ¡habían tratado de robarme!}. Les cuento para reforzar lo que nos acabó de ocurrir y que, de verdad, no volvamos a pasar por ahí. Para vencer la costumbre {...}.


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